479 palabras



Y una noche de esas se dio cuenta que era mejor escribir estando triste. Siempre que lo estaba, lo hacía. Siempre de noche.
Cada tanto la atrapaban los fantasmas de la soledad y al no tener con quien hablar… pensaba. Sola.
Mucho no importaba para qué, ni para quién… ni a quién podrían llegar a gustarle los textos que esas noches volcaba en hojas y hojas de papel. Daba igual. Era la extrema necesidad de vomitar lo que le pasaba, lo que sentía… lo que creía que a nadie le iban a dar ganas de escuchar.
Y un día la encontré ahí adonde estaba siempre, en un monoambiente con olor a cigarrillo en pleno centro. Y me contó que esperaba, que hacía mucho tiempo que esperaba. No me quedo muy  claro su concepto de mucho. Capaz días, capaz años, capaz meses. Pero estaba agotada de esperar. El idea de “mucho” es personal. A todos nos parece que “mucho” es un lapso de tiempo diferente. Distinto al “mucho” de los demás.
Estaba enojada con el hombre que la había hecho esperar tanto. Que la había dejado sola y tirada en ese puto lugar.
No sabía su nombre, ni siquiera lo conocía… o en una de esas ya lo había besado alguna vez. Quería que él viniera y la abrazara y llorar horas  acurrucada como un bebe, sabiendo que él no se iba a ir. Que cuando se cansara de llorar él estuviera ahí para besarla. Y en ese momento iba a perdonarle el tiempo que se había demorado en llegar.
Era una historia de amor a la que le faltaba uno de los protagonistas.

Había tenido tres amores de su vida. Y con ninguno conoció el amor real.
Tuvo amores pasajeros, de esos que no se llaman amor.
Y la espera seguía, era infinita, inacabable, eterna. La soledad le carcomía los huesos, las entrañas, las ideas y los años.

Me contó que había tenido una vida demasiado normal. Una familia normal, amigos normales, había vivido en una casa normal, en una ciudad normal. Su escuela era normal, sus viejos eran normales. Su clase social era normal. Su país era normal. Tanta normalidad en la infancia indudablemente repercute en la adultez. Porque nada de lo que vi esa noche era normal.
Ni su cara, ni su pelo, ni su ropa, ni su casa, ni su corazón.
Era la mujer mas triste del mundo.
Era la mujer más sola y triste del mundo.
Y tenía mucho miedo. Se lo noté en los ojos y la falsa sonrisa.
Y después de no mirarla mucho entendí que lo único que quería era que la escuchara y la abrazara un rato. “Quédate conmigo esta noche, seas quien seas” me dijo cuando me  vio.

Yo me quedé esa noche,
la vi llorar,
la abracé,
la escuché,
la besé.

Y sintió que ya no había más nada que esperar. 

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